José Ignacio Barillas
Lemus
Por
la mañana me subí en un bus rumbo a la universidad. El bus iba transitando por
la calle y se ocasionó un enorme tránsito. Yo iba pensando en las tareas que
tendría que realizar durante el fin de semana. Muchos empezaron a bocinar haciendo
un enorme ruido que me desconcentró por completo. Pasó una ambulancia produciendo otro tipo de
ruido, en este caso no tan desagradable, pero alarmante. Los carros siguieron
bocinando.
Saqué
unas hojas que llevaba para tratar de adelantar lectura pero debido al enorme ruido
que ocasionaba mismo bus (por ser ya viejo) me fue imposible. Recordé por un
momento el experimento hecho por uno de mis compañeros en el bus. En ambos casos tanto en el ruido de los otros
carros como en el del bus retuve en la mente el ruido. No porque yo lo
quisiera, sino porque el ruido, de por sí, aunque no sea deseado, se sobrepone
a cualquier sonido por el mismo hecho de ser desafinado.
Gramaticalmente
describo el ruido como un conjunto de ondas sonoras que interrumpen el bruscamente
el silencio. Musicalmente se diría que es un sonido que desafina la armonía o
el sonido ordenado. Pero fenomenológicamente describo el ruido como sonido desagradable
y desequilibrante. Creo que no puedo describir el ruido de otra manera sino
como un sonido desagradable, desordenado y desafinado. Es complicado describir algo que de por sí, no se puede
disfrutar escuchándolo pero que la mente lo retiene sin querer.
Traté
de no mezclar los demás sentidos. Y no era necesario. No necesité ver los
carros para saber que había muchos y oír el ruido. Es más, me llamó la atención
que el ruido prevaleció sobre la atención que yo quería hacer a la lectura, de
decir que aunque forzosamente tenía que escucharlo aunque no quisiera. Lo único
que se me vino a la mente con ese ruido fue el de un motor viejo aunque no lo
viera, pues indudablemente eso ocasionaba el ruido en el bus.
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